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Bielsa "Locura Coherente"

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Se dice que el único tema de conversación en la ciudad argentina de Rosario de lunes a lunes es el fútbol. Al igual que los niños que aún hoy patean el balón en la plaza del Foro, Marcelo Bielsa también tuvo allí sus primeros contactos con el deporte al que entregó su vida. El peculiar entrenador del Athletic está de moda. Los elogios le llueven tras colarse en la final de Copa del Rey, pelear un puesto para la Champions en Liga y hacer historia echando al Manchester United de Europa. Le describen los que le conocen como apasionado, diferente, perfeccionista, metódico y, sobre todo, trabajador. Bielsa, ese técnico que se presenta a sus jugadores con un “vamos a la cancha” y para el que los medios son más importantes que el fin, no concibe otro valor que no sea el de salir siempre a ganar. “Prepara todo minuciosamente y se anticipa a las situaciones que van a ocurrir. En cada entrenamiento tiene la oportunidad de sentirse realizado”, relata José María Amorrortu, su hombre de confianza en Bilbao, donde reside en un hotel y trabaja en un despacho en Lezama con una mesa y dos sillas (nada de ordenadores o televisiones). Su relación con los futbolistas no supera la barrera de lo profesional. Siempre directo y convincente, las dobles y largas sesiones de trabajo son su único contacto con la plantilla. El rosarino emplea métodos novedosos recreando situaciones reales con los que busca mecanizar movimientos siempre pensando en la circulación del balón. Por ello, divide el campo de entrenamiento en parcelas que deben ser siempre ocupadas por el jugador señalado en el momento concreto. “Cuesta hacerse a sus maneras. Además, a veces es demasiado exigente y llega a agobiar. Hasta nos mandaba buscar en Prensa información de los rivales”, reconocen algunos de los hombres a los que dirigió, a la vez que destacan su capacidad para calar con su mensaje: “Antes del comienzo del partido no dice nada. Todo lo que debía decir ya lo había explicado durante la semana”. Las sesiones de vídeo son fundamentales en su método. Ya de chaval pedía al tío de su mejor amigo que le enviase desde España cintas con partidos europeos para estudiar el juego al otro lado del Atlántico. Hoy, El Loco, como le apodan, desgrana minuciosamente las jugadas de todos los partidos de su equipo y los rivales buscando defectos que corregir y vías para vencer al adversario. El paso posterior es la transmisión a los futbolistas. Martín Posse, al que hizo campeón con Vélez Sarsfield y después dirigió en el Español, aún recuerda su boda: “La celebré el mismo día en que jugamos contra Boca. Bielsa se plantó con el vídeo del partido que acabábamos de jugar bajo el brazo...”. El fútbol ha sido desde siempre el motor de Marcelo. Su pasión por la Prensa deportiva en su infancia sumada a las clases regateadas para jugar al balón presagiaban el futuro de un niño apodado Cabezón y que se hizo de Newell’s (donde es un auténtico ídolo y cuyo estadio posee su nombre) para llevar la contraria a su padre, que decía ser de Racing de Avellaneda. El joven defensa peleón que vistió en las inferiores la elástica de los leprosos (aunque sólo pudo hacerlo en cuatro ocasiones en Primera) también leía a Hesse, Borges o Dostoievski, arrancaba la alineación de los vestuarios rivales para estudiarla y un día le contestó a su madre, cuando le vio marcharse de casa con una pequeña maleta, que tenía “cosas que hacer”. Una vez dio por concluida su corta carrera como futbolista, Bielsa intentó buscarse la vida. Primero transformaba casas en pensiones de alquiler para más tarde hacer copias de libros y finalmente y atraído por su pasión por las letras (hoy en día asegura que todo lo que pueda decir lo leyó en algún lado) compró un kiosco. Hasta que descubrió algo que le abriría la puerta a trabajar en lo que más le gustaba: la carrera de Educación Física. Con 27 años dirigió a su primer equipo, el de la Universidad de Buenos Aires. No duró mucho, ya que un día se plantó ante Jorge Griffa para “crecer a su lado”. Diez años atrás una conversación marcó a ambos para siempre. El mítico jugador del Atlético de Madrid acababa de volver a Rosario para trabajar en la cantera de Newell’s. Bielsa, aún jugador, se acercó a él y le dijo: -¿Usted es Griffa? -Sí, contestó. -¿Pudo quedarse en España trabajando y regresó acá? -Sí. -Usted está loco. Así regresó Bielsa al que haría campeón en sus categorías inferiores desde la quinta división hasta la reserva. Marcelo hacía robar a sus chicos los palos de las escobas de sus casas para hacer de rivales imaginarios y fichó niños que algún día le acompañarían en el éxito. Muchos son hoy rivales en el banquillo. Es el caso de Pochettino, entrenador del Español. Por casos como este, es conocido como el entrenador de entrenadores. Con apenas 14 años, El Loco se presentó en su casa en una noche ya avanzada para sacarle de la cama y pedir permiso a su padre para ficharle. El día que Bielsa tuvo la oportunidad de dirigir al modesto primer equipo de Newell’s (“jamás” querrá más otra camiseta) tomó dos decisiones: Pochettino sería su central y los jugadores tendrían que despedirse de las concentraciones en hoteles lujosos. “¿Cómo voy a pedir a una persona que duerme en un alojamiento de lujo que salga a partirse dos dientes de un codazo?”, aseguraba. Pese a un arranque complicado se proclamó dos veces campeón y alcanzó la final de la Copa Libertadores. En el primer título dejó una imagen para el recuerdo. En hombros de los hinchas agarró una camiseta rojinegra y enloquecido comenzó a gritar a la grada: “¡Newell’s, carajo!”. Hoy, los elogios le rodean y él prefiere esquivarlos: “El prestigio es una aureola que dura poco, y a mí menos”. Guardiola le ha calificado como el mejor entrenador del planeta, Sir Alex Ferguson reconoce que le fascina la energía que transmite a sus equipos y hasta la Prensa argentina se disculpó por sus críticas en su etapa de seleccionador nacional, donde Bielsa vivió su peor momento (futbolístico y personal) cayendo eliminado en la primera ronda en el Mundial de Japón y Corea. Tras la exhibición ante el United, el principal diario deportivo, Olé, escribió esto en su portada: “Señor Bielsa: perdón. Gracias por representar tan bien en todo el mundo a la Argentina. Antes en Chile, ahora en Bilbao”. Este mismo periódico había pedido su cese en la albiceleste (no lo logró) y se había mofado de él tras una rueda de Prensa que duró más de cuatro horas llenando su portada de zetas gigantes. Su relación con la Prensa nunca fue fácil. Teme que un periodista resuma en una frase la idea que intenta transmitir con 50 y decidió no conceder entrevistas por miedo a ser ventajista: “¿Por qué le voy a dar una entrevista a un tipo poderoso y se la voy a negar a un pequeño reportero de provincias?”. Ese es Bielsa. El hombre del chándal que deambula por el área técnica contando los pasos y se acuclilla para ver los partidos. Ese que detesta planes alternativos, números e hipótesis y reconoce crecer en el fracaso y empeorar en el éxito. El mismo que al llegar a Bilbao acudió a un convento de monjas clarisas en Guernica para pedir que rezasen por el Athletic y por él. Aquel que sabe que “a un hombre con ideas nuevas le llaman loco, hasta que esas ideas triunfan”. Javier Iglesias
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Se dice que el único tema de conversación en la ciudad argentina de Rosario de lunes a lunes es el fútbol. Al igual que los niños que aún hoy patean el balón en la plaza del Foro, Marcelo Bielsa también tuvo allí sus primeros contactos con el deporte al que entregó su vida. El peculiar entrenador del Athletic está de moda. Los elogios le llueven tras colarse en la final de Copa del Rey, pelear un puesto para la Champions en Liga y hacer historia echando al Manchester United de Europa. Le describen los que le conocen como apasionado, diferente, perfeccionista, metódico y, sobre todo, trabajador. Bielsa, ese técnico que se presenta a sus jugadores con un “vamos a la cancha” y para el que los medios son más importantes que el fin, no concibe otro valor que no sea el de salir siempre a ganar. “Prepara todo minuciosamente y se anticipa a las situaciones que van a ocurrir. En cada entrenamiento tiene la oportunidad de sentirse realizado”, relata José María Amorrortu, su hombre de confianza en Bilbao, donde reside en un hotel y trabaja en un despacho en Lezama con una mesa y dos sillas (nada de ordenadores o televisiones). Su relación con los futbolistas no supera la barrera de lo profesional. Siempre directo y convincente, las dobles y largas sesiones de trabajo son su único contacto con la plantilla. El rosarino emplea métodos novedosos recreando situaciones reales con los que busca mecanizar movimientos siempre pensando en la circulación del balón. Por ello, divide el campo de entrenamiento en parcelas que deben ser siempre ocupadas por el jugador señalado en el momento concreto. “Cuesta hacerse a sus maneras. Además, a veces es demasiado exigente y llega a agobiar. Hasta nos mandaba buscar en Prensa información de los rivales”, reconocen algunos de los hombres a los que dirigió, a la vez que destacan su capacidad para calar con su mensaje: “Antes del comienzo del partido no dice nada. Todo lo que debía decir ya lo había explicado durante la semana”. Las sesiones de vídeo son fundamentales en su método. Ya de chaval pedía al tío de su mejor amigo que le enviase desde España cintas con partidos europeos para estudiar el juego al otro lado del Atlántico. Hoy, El Loco, como le apodan, desgrana minuciosamente las jugadas de todos los partidos de su equipo y los rivales buscando defectos que corregir y vías para vencer al adversario. El paso posterior es la transmisión a los futbolistas. Martín Posse, al que hizo campeón con Vélez Sarsfield y después dirigió en el Español, aún recuerda su boda: “La celebré el mismo día en que jugamos contra Boca. Bielsa se plantó con el vídeo del partido que acabábamos de jugar bajo el brazo...”. El fútbol ha sido desde siempre el motor de Marcelo. Su pasión por la Prensa deportiva en su infancia sumada a las clases regateadas para jugar al balón presagiaban el futuro de un niño apodado Cabezón y que se hizo de Newell’s (donde es un auténtico ídolo y cuyo estadio posee su nombre) para llevar la contraria a su padre, que decía ser de Racing de Avellaneda. El joven defensa peleón que vistió en las inferiores la elástica de los leprosos (aunque sólo pudo hacerlo en cuatro ocasiones en Primera) también leía a Hesse, Borges o Dostoievski, arrancaba la alineación de los vestuarios rivales para estudiarla y un día le contestó a su madre, cuando le vio marcharse de casa con una pequeña maleta, que tenía “cosas que hacer”. Una vez dio por concluida su corta carrera como futbolista, Bielsa intentó buscarse la vida. Primero transformaba casas en pensiones de alquiler para más tarde hacer copias de libros y finalmente y atraído por su pasión por las letras (hoy en día asegura que todo lo que pueda decir lo leyó en algún lado) compró un kiosco. Hasta que descubrió algo que le abriría la puerta a trabajar en lo que más le gustaba: la carrera de Educación Física. Con 27 años dirigió a su primer equipo, el de la Universidad de Buenos Aires. No duró mucho, ya que un día se plantó ante Jorge Griffa para “crecer a su lado”. Diez años atrás una conversación marcó a ambos para siempre. El mítico jugador del Atlético de Madrid acababa de volver a Rosario para trabajar en la cantera de Newell’s. Bielsa, aún jugador, se acercó a él y le dijo: -¿Usted es Griffa? -Sí, contestó. -¿Pudo quedarse en España trabajando y regresó acá? -Sí. -Usted está loco. Así regresó Bielsa al que haría campeón en sus categorías inferiores desde la quinta división hasta la reserva. Marcelo hacía robar a sus chicos los palos de las escobas de sus casas para hacer de rivales imaginarios y fichó niños que algún día le acompañarían en el éxito. Muchos son hoy rivales en el banquillo. Es el caso de Pochettino, entrenador del Español. Por casos como este, es conocido como el entrenador de entrenadores. Con apenas 14 años, El Loco se presentó en su casa en una noche ya avanzada para sacarle de la cama y pedir permiso a su padre para ficharle. El día que Bielsa tuvo la oportunidad de dirigir al modesto primer equipo de Newell’s (“jamás” querrá más otra camiseta) tomó dos decisiones: Pochettino sería su central y los jugadores tendrían que despedirse de las concentraciones en hoteles lujosos. “¿Cómo voy a pedir a una persona que duerme en un alojamiento de lujo que salga a partirse dos dientes de un codazo?”, aseguraba. Pese a un arranque complicado se proclamó dos veces campeón y alcanzó la final de la Copa Libertadores. En el primer título dejó una imagen para el recuerdo. En hombros de los hinchas agarró una camiseta rojinegra y enloquecido comenzó a gritar a la grada: “¡Newell’s, carajo!”. Hoy, los elogios le rodean y él prefiere esquivarlos: “El prestigio es una aureola que dura poco, y a mí menos”. Guardiola le ha calificado como el mejor entrenador del planeta, Sir Alex Ferguson reconoce que le fascina la energía que transmite a sus equipos y hasta la Prensa argentina se disculpó por sus críticas en su etapa de seleccionador nacional, donde Bielsa vivió su peor momento (futbolístico y personal) cayendo eliminado en la primera ronda en el Mundial de Japón y Corea. Tras la exhibición ante el United, el principal diario deportivo, Olé, escribió esto en su portada: “Señor Bielsa: perdón. Gracias por representar tan bien en todo el mundo a la Argentina. Antes en Chile, ahora en Bilbao”. Este mismo periódico había pedido su cese en la albiceleste (no lo logró) y se había mofado de él tras una rueda de Prensa que duró más de cuatro horas llenando su portada de zetas gigantes. Su relación con la Prensa nunca fue fácil. Teme que un periodista resuma en una frase la idea que intenta transmitir con 50 y decidió no conceder entrevistas por miedo a ser ventajista: “¿Por qué le voy a dar una entrevista a un tipo poderoso y se la voy a negar a un pequeño reportero de provincias?”. Ese es Bielsa. El hombre del chándal que deambula por el área técnica contando los pasos y se acuclilla para ver los partidos. Ese que detesta planes alternativos, números e hipótesis y reconoce crecer en el fracaso y empeorar en el éxito. El mismo que al llegar a Bilbao acudió a un convento de monjas clarisas en Guernica para pedir que rezasen por el Athletic y por él. Aquel que sabe que “a un hombre con ideas nuevas le llaman loco, hasta que esas ideas triunfan”. Javier Iglesias
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