612. El ermitaño y la muerte
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Juan David Betancur Fernandez
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Había una vez un anciano ermitaño que se había retirado a lo alto de una montaña para alejarse de las debilidades del ser humano. Sabiendo que su forma humana estaba llena de tentaciones tanto físicas como espirituales se dedicó a una vida simple pero gratificante. La vida de aquel que es capaz de comprender lo imperfecto que podemos ser.
Desde lo alto de la montaña aquel ermitaño veía como todo transcurría en el mundo sin que lo afectara a el y así podía dedicarse a la contemplación y el perfeccionamiento del alma.
Este ermitaño llevaba muchos años viviendo en soledad y sus prácticas alimenticias y corporales lo llevaron a ser muy longevos, sus cabellos eran tan blancos como la nieve y su rostro estaba surcado por arrugas profundas que contaban historias de más de cien años de vida. Pero lo más sorprendente es que a pesar de su edad, su mente seguía aguda y su cuerpo tan flexible como una caña de bambú.
Pero lo que era más sorprendente es que a través de años de estricta disciplina y severas austeridades, este ermitaño había alcanzado un dominio impresionante sobre sus facultades y desarrollado extraordinarios poderes psíquicos. Pero, a pesar de todo ello, no había logrado aplacar su orgulloso ego.
Como la muerte no perdona a nadie, un día, Yama, el Señor de la Muerte, envió a uno de sus emisarios para que atrapara al ermitaño y lo llevara a su reino. Una mañana el ermitaño despertó con una sensación extraña, y haciendo uso del avanzado poder de clarividencia que había desarrollado pudo ver con anticipación que una fuerza mortal se acercaba a el. Pudo ver la figura del emisario de la muerte y antes que este se hiciera presente en su cueva en las montañas pudo prepararse. Adivinando las intenciones de la muerte decidio que el lo engañaría para así evitar que lo sacara del mundo. Utilizando la técnica de la multiplicidad del ser y la ubicuidad creo 39 copias exactas de su ser y las instalo a lo largo y ancho de su caverna. Las copias eran totalmente funcionales y así cuando el emisario de Yama el señor de la muerte entro vio como 40 seres con idénticas características del ermitaño vivían y se desplazaban por la gruta.
Para el emisario esto era totalmente extraño, nunca había visto que un ser tuviera copias y menos aún que estas fueran exactamente iguales hasta los mínimos detalles. Le era absolutamente imposible distinguir el cuerpo del ermitaño que había venido a buscar y sabía que no podía simplemente coger alguno de ellos y llevárselo. o. Frustrado, el emisario de la muerte regresó junto a Yama y le explicó lo ocurrido.
Yama, el poderoso Señor de la Muerte cuando llego el emisario se extrañó de que regresara solo, así que le pregunto que había sucedido para que no hubiera cumplido con la tarea asignada. El emisario apenado se dedicó a narrarle como había entrado a la gruta y como había sido sorprendido por decenas de seres idénticos a el ermitaño que debía llevarse. Y como había decidido regresar debido a la imposibilidad.
Yama, reflexionó por unos momentos comprendiendo claramente el predicamento en que se encontraba su emisario, pero como era la muerte y había confrontado por milenios a millones y millones de seres humanos comprendió que debía hacer para que el ermitaño cumpliera con el deber sagrado y eterno de la muerte.
Llamando suavemente a su emisario, se acercó a el y con baja voz se acercó a su oído y le susurro unas cuantas palabras. El emisario sonrió cuando escucho las instrucciones e inmediatamente salió hacia la caverna del ermitaño que lo había engañado.
Una vez más, el ermitaño, con su poder de la clari
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