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614. El irlandes mentiroso (Infantil)

9:12
 
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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com
Había una vez un rey que tenía una hija muy bella y ya en edad de conseguir marido. El problema era que el rey adoraba tanto a su hija que no quería que nadie se desposara con ella. Sin embargo, las costumbres del reino obligaban al rey a ofrecer su hija en matrimonio. El rey después de pensarlo muchas veces decidio que solo le concedería la mano a aquel que lo obligara a decir eso es mentira, eso es mentira, eso es mentira. Sabiendo que el era un rey muy culto y estudiado podría controlar sus impulsos y negarse a decir las tres veces la frase que le obligaría dar su hija.

Por esos mismas épocas un joven irlandés se enteraría de la noticia de aquel rey y sabiéndose el mejor mentiroso de toda irlanda decidio que el seria quien ganaría la mano de la princesa. Su madre siempre lo reganaba por ser un gran embustero pero esta vez estaba dispuesto a sacarle partido a la fama de mentiroso que tenía. Así que se acercó a su madre y le dijo

Madre seré yo el que gane el reto de hacer decir 3 veces al rey eso es mentira… Así que deme su bendición que yo salgo mañana temprano a ver al rey.

-

A la mañana siguiente, el irlandés mentiroso salió confiado que regresaría con la princesa como esposa. Viajó varios días y, al fin, llegó al palacio del rey. En la puerta lo detuvieron dos guardianes:

-¡Eh, tú! ¿Adónde vas, pequeño irlandés?

-Voy a ver a vuestro rey para casarme con su hija -respon­dió el embustero sin nisiquiera ponerse colorado una sola vez. Así de seguro estaba de poder hacerlo.

Los guardianes que ya habían visto otros pretendientes anteriormente simplemente lo guiaron enseguida a presencia del rey.

El rey sabía a que venia aquel muchacho, pero antes le iba a mostrar sus riquezas. Llevo al muchacho al prado donde pastaban su vaca y su ovejas y le dijo. Mira muchacho estos son mis animales y te puede decir que son fuertes y carnudos como pocos.

-Así que dime ¿Qué piensas de mi ganado?

-El joven que internamente estaba maravillado por la calidad y cantidad del ganado decidio mantener la calma y le dijo al rey ¿Qué pienso, Majestad? Éstos no son rebaños, ni ganado, ni nada. ¡Deberíais ver el ganado de mi madre! -exclamó el ir­landés embustero.

-¿Y qué tiene de especial? -preguntó el rey de Oriente.

-¿Que qué tiene de especial? Hay tantas vacas que con solo el suero que obtenemos de la leche podemos hacer girar setecientas setenta y siete rue­das de molino.

-Hum, hum -gruñó el rey – ya veo que estas tratando de que yo repita 3 veces lo que ya sabes pero te advierto que no lo lograrar.

Luego llevo al muchacho al enorme campo donde estaba un plantio enorme de coles. Y con voz de suficiencia le dijo … Ahora muchacho listo

-¿Qué piensas de mis coles? -preguntó.

-¿Que qué pienso, Majestad? Que éstas no son coles sino, a lo sumo, unos pobres brotes. ¡Deberíais ver las coles que cultiva mi madre! -exclamó el irlandés embustero.

-¿Y qué tienen de especial? -preguntó el rey de Oriente.

-¿Que qué tienen de especial, Majestad? Son tan grandes que una vez, bajo una hoja de aquellas coles, fue posible celebrar un banquete de bodas. Incluso, como estaba lloviendo los invitados pudieron bailara y comer sin necesidad de salir del refugio que le daban las coles de mi madre.

-Hum, hum -farfulló el rey de Oriente ya veo que eres dificil, y condujo al embus­tero a un huerto muy extenso donde crecían habas.

-Dime ahora qué piensas de mis habas -preguntó.

-¿Que qué pienso, Majestad? Pero ¿éstas son habas? ¡No son habas ni nada! ¡Deberíais ver las habas del huerto de mi ma­dre! -exclamó el irlandés embus

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Había una vez un rey que tenía una hija muy bella y ya en edad de conseguir marido. El problema era que el rey adoraba tanto a su hija que no quería que nadie se desposara con ella. Sin embargo, las costumbres del reino obligaban al rey a ofrecer su hija en matrimonio. El rey después de pensarlo muchas veces decidio que solo le concedería la mano a aquel que lo obligara a decir eso es mentira, eso es mentira, eso es mentira. Sabiendo que el era un rey muy culto y estudiado podría controlar sus impulsos y negarse a decir las tres veces la frase que le obligaría dar su hija.

Por esos mismas épocas un joven irlandés se enteraría de la noticia de aquel rey y sabiéndose el mejor mentiroso de toda irlanda decidio que el seria quien ganaría la mano de la princesa. Su madre siempre lo reganaba por ser un gran embustero pero esta vez estaba dispuesto a sacarle partido a la fama de mentiroso que tenía. Así que se acercó a su madre y le dijo

Madre seré yo el que gane el reto de hacer decir 3 veces al rey eso es mentira… Así que deme su bendición que yo salgo mañana temprano a ver al rey.

-

A la mañana siguiente, el irlandés mentiroso salió confiado que regresaría con la princesa como esposa. Viajó varios días y, al fin, llegó al palacio del rey. En la puerta lo detuvieron dos guardianes:

-¡Eh, tú! ¿Adónde vas, pequeño irlandés?

-Voy a ver a vuestro rey para casarme con su hija -respon­dió el embustero sin nisiquiera ponerse colorado una sola vez. Así de seguro estaba de poder hacerlo.

Los guardianes que ya habían visto otros pretendientes anteriormente simplemente lo guiaron enseguida a presencia del rey.

El rey sabía a que venia aquel muchacho, pero antes le iba a mostrar sus riquezas. Llevo al muchacho al prado donde pastaban su vaca y su ovejas y le dijo. Mira muchacho estos son mis animales y te puede decir que son fuertes y carnudos como pocos.

-Así que dime ¿Qué piensas de mi ganado?

-El joven que internamente estaba maravillado por la calidad y cantidad del ganado decidio mantener la calma y le dijo al rey ¿Qué pienso, Majestad? Éstos no son rebaños, ni ganado, ni nada. ¡Deberíais ver el ganado de mi madre! -exclamó el ir­landés embustero.

-¿Y qué tiene de especial? -preguntó el rey de Oriente.

-¿Que qué tiene de especial? Hay tantas vacas que con solo el suero que obtenemos de la leche podemos hacer girar setecientas setenta y siete rue­das de molino.

-Hum, hum -gruñó el rey – ya veo que estas tratando de que yo repita 3 veces lo que ya sabes pero te advierto que no lo lograrar.

Luego llevo al muchacho al enorme campo donde estaba un plantio enorme de coles. Y con voz de suficiencia le dijo … Ahora muchacho listo

-¿Qué piensas de mis coles? -preguntó.

-¿Que qué pienso, Majestad? Que éstas no son coles sino, a lo sumo, unos pobres brotes. ¡Deberíais ver las coles que cultiva mi madre! -exclamó el irlandés embustero.

-¿Y qué tienen de especial? -preguntó el rey de Oriente.

-¿Que qué tienen de especial, Majestad? Son tan grandes que una vez, bajo una hoja de aquellas coles, fue posible celebrar un banquete de bodas. Incluso, como estaba lloviendo los invitados pudieron bailara y comer sin necesidad de salir del refugio que le daban las coles de mi madre.

-Hum, hum -farfulló el rey de Oriente ya veo que eres dificil, y condujo al embus­tero a un huerto muy extenso donde crecían habas.

-Dime ahora qué piensas de mis habas -preguntó.

-¿Que qué pienso, Majestad? Pero ¿éstas son habas? ¡No son habas ni nada! ¡Deberíais ver las habas del huerto de mi ma­dre! -exclamó el irlandés embus

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