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Step into the mysterious and visually stunning world of The Electric State as host Francesca Amiker takes you behind the scenes with the creative masterminds who brought Simon Stålenhag’s dystopian vision to life. In this premiere episode, directors Joe and Anthony Russo, stars Millie Bobby Brown and Chris Pratt, writers Christopher Markus and Stephen McFeely, and producers Angela Russo-Otstot and Chris Castaldi reveal how they transformed a haunting graphic novel into an epic cinematic experience. Watch The Electric State coming to Netflix on March 14th. Check out more from Netflix Podcasts . State Secrets: Inside the Making of The Electric State is produced by Netflix and Treefort Media.…
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Meditaciones y Reflexiones diarias de las Escrituras, con palabras del Evangelio del Señor Jesucristo, pláticas acerca de diversos temas de interés para el creyente.Tenemos un canal en Youtube llamado: http://www.youtube.com/PlaticasSencillas (www.youtube.com/PlaticasSencillas), en donde está lo que hemos publicado hasta el momento.
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Meditación ” Porque yo Jehová no cambio. ” (Malaquías 3:6) La inmutabilidad es el atributo de Dios que lo describe como invariable, es decir, que no cambia en lo que respecta a Su ser esencial, Sus atributos y los principios por los que opera. El salmista contrasta el destino cambiante de los cielos y la tierra con la inmutabilidad de Dios: “...los mudarás, y serán mudados; pero tú eres el mismo” (Sal. 102:26-27). Santiago describe al Señor como: “Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación” (Stg. 1:17). Hay otras Escrituras que nos recuerdan que Dios no se arrepiente. “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta” (Nm. 23:19). “La Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá” (1 S. 15:29). Pero, ¿cómo debemos entender entonces aquellos versículos que afirman que Dios se arrepiente? “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón” (Gn. 6:6). “Pero Jehová se arrepintió de haber puesto a Saúl por rey sobre Israel” (1 S. 15:35b). Ver también Éxodo 32:14 y Jonás 3:10. No hay contradicción. Dios siempre actúa sobre estos dos principios: recompensa la obediencia y castiga la desobediencia. Cuando un hombre cambia de la obediencia a la desobediencia, Dios sigue siendo fiel a Su carácter cambiando del primer principio al segundo. A nuestros ojos parece como si Dios se arrepintiera, y así parece describirlo lo que podríamos llamar el lenguaje de la apariencia humana, pero no denota remordimiento o mutabilidad. Dios es siempre el mismo . De hecho, ese es uno de sus nombres. “Tú mismo, que no cambias, tú eres Dios de todos los reinos de la tierra” (Is. 37:16 traducido de la versión Darby). Ese nombre también se encuentra en Salmo 102:27. La inmutabilidad de Dios ha sido un consuelo para Sus santos en todas las épocas, y es tema de muchos de sus cantos. La celebramos en las líneas inmortales de Henry F. Lyte: Cambio y decadencia alrededor percibo, Tú que nunca cambias, ¡quédate conmigo! Es también una cualidad que debemos imitar. Debemos ser estables, constantes y firmes. Si somos vacilantes, veleidosos e inconstantes, representamos mal a nuestro Padre frente al mundo. “ Estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano ” (1 Co. 15:58).…
Meditación ” Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. ” (Efesios 4:30) Así como es posible apagar al Espíritu en las reuniones de la iglesia, es posible contristarlo en nuestra vida privada. Hay cierta ternura en la palabra “contristar”. Solamente podemos entristecer a alguien que nos ama. Los mocosos del vecindario no nos contristan, pero nuestros propios hijos traviesos sí. El Espíritu Santo nos ha dado un lugar especial de cariño e intimidad. Él nos ama y nos ha sellado para el día de la redención. Podemos entristecerlo. Pero ¿qué es lo que lo entristece? Cualquier forma de pecado trae dolor a Su corazón. No es por accidente que Pablo aquí le llama Espíritu Santo. Cualquier cosa que es profana le agobia con tristeza. La exhortación “no contristéis” viene en medio de una serie de pecados contra los cuales estamos advertidos. La lista no intenta ser exhaustiva sino solamente sugestiva. Mentir entristece al Espíritu (v. 25): mentiras “piadosas”, mentiras negras, mentirijillas, exageraciones, medias verdades y verdades matizadas. Dios no puede mentir y no le puede dar ese privilegio a Su pueblo. La ira que se desborda en pecado contrista al Espíritu (v. 26). La única vez que la ira se justifica es cuando es por la causa de Dios. Todas las otras formas de ira dan lugar al diablo (v. 27). Robar entristece al Espíritu Santo (v. 28), sea del monedero de la madre o el tiempo de nuestro empleado, herramientas o artículos de oficina. Las palabras corrompidas contristan al Espíritu Santo (v. 29). Esto recorre toda una gama que va desde bromas sucias e incitantes hasta charlas frívolas. Nuestra conversación debe ser edificante, apropiada y sazonada con sal. La amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia completan la lista del capítulo 4. Uno de los ministerios favoritos del Espíritu Santo es mantenernos ocupados con el Señor Jesucristo . Pero cuando pecamos, tiene que apartarse de este ministerio para restaurarnos a la correcta comunión con el Señor. Pero aún entonces nunca se entristece para siempre. Nunca nos deja. Estamos sellados por Él para el día de la redención. Sin embargo, esto no debe usarse para excusar nuestros descuidos sino que debe ser uno de los motivos más grandes para la santidad.…
Meditación “ No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto. ” (Filipenses 3:12) En la meditación anterior, vimos que nuestra conducta debe encajar con nuestro credo. Pero para equilibrar el tema debemos añadir dos postdatas. Primero, debemos reconocer que jamás podremos vivir plena y completamente la verdad de Dios mientras estemos en este mundo. Después de haber hecho lo mejor que podamos, todavía tenemos que decir que somos siervos inútiles. Pero no debemos emplear este hecho para excusar nuestro fracaso o nuestra mediocridad: nuestra obligación es tratar de acortar continuamente el trecho entre nuestros dichos y nuestras vidas. La segunda consideración es ésta. El mensaje es siempre mayor que el mensajero, no importa quién sea él. Andrew Murray decía: “Nosotros que somos los siervos del Señor, más pronto o más tarde tendremos que predicar palabras que nosotros mismos somos incapaces de cumplir”. Treinta y cinco años después de que escribiera el libro Permaneced en Cristo, escribió: “Me gustaría que entendieras que un ministro o un autor cristiano a menudo puede ser guiado a decir más de lo que ha experimentado. Yo no había experimentado (cuando escribió Permaneced en Cristo ) todo lo que escribí. Aún no puedo decir que lo he experimentado todo”. La verdad de Dios es suprema y sublime . Con respecto a su carácter sobrenatural Guy King escribió: “Hace a uno temer que alguno la manche con sólo tocarla”. Pero ¿debemos negarnos a anunciarla simplemente porque no alcanzamos sus cimas más altas? Por el contrario, la proclamaremos, aun si al hacerlo nos condenamos a nosotros mismos. Aunque fracasemos en experimentarla, haremos que sea la aspiración de nuestros corazones. Una vez más debemos enfatizar que estas consideraciones nunca han de emplearse para disculpar una conducta que es indigna del Salvador. Deben, además, quitarnos la posibilidad de condenar injustificadamente a un verdadero hombre de Dios sólo porque su mensaje algunas veces vuela a alturas que él mismo no ha alcanzado. No deben privarnos de retener todo el consejo de Dios, aun si no lo hemos experimentado plenamente. Dios conoce nuestros corazones. Sabe si somos practicantes hipócritas o apasionados aspirantes.…
Meditación ” Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros. ” (1 Pedro 5:7) Es posible vivir una larga, muy larga vida como creyente y nunca aprender a echar nuestra ansiedad sobre el Señor. Podemos memorizar el versículo y aún predicarlo a los demás, y no obstante jamás llevarlo a la práctica en nuestras vidas. Sabemos teológicamente que Dios cuida de nosotros, que está interesado en nuestros asuntos y que es capaz de tener cuidado de las ansiedades más grandes que podríamos imaginar. Con todo, insistimos en dar vueltas en nuestras camas por la noche, inquietos, lamentándonos e imaginando lo peor. No tiene porqué ser de ese modo. Tengo un amigo que enfrenta más problemas y dolores de cabeza que lo que la mayoría de nosotros hemos conocido. Si tuviera que llevarlos por sí mismo, sería un caso perdido. ¿Qué es lo que hace? Los lleva al Señor y los deja allí, se levanta de sus rodillas, se mete en la cama, canta unos cuántos versos de un himno y en poco tiempo está profundamente dormido. Bill Bright le dijo una vez a LeRoy Eims: “LeRoy, he encontrado un gran consuelo en 1 Pedro 5:7. He llegado a la conclusión en mi propia vida que, o llevo mis cargas o las lleva Jesús. No podemos llevarlas ambos y he decidido echarlas sobre Él”. Leroy decidió probar. Escribió: “Fui a mi habitación y comencé a orar. Hice lo que Bill me había dicho con todas mis fuerzas. Durante meses había llevado un pesado nudo en mi estómago. Pude sentir en realidad que esto se iba. Experimenté la liberación de Dios. No, el problema no se fue, y no se ha ido hasta este día. Pero la carga se ha ido. Ya no paso más noches en blanco. Ni sufro para dormir. Puedo enfrentar honestamente las cargas con un espíritu gozoso y agradecimiento de corazón”. La mayoría de nosotros podemos identificarnos con aquel que escribió: “Es la voluntad de Dios que eche / a diario mi ansiedad sobre Él. / También pide que no deje / de confiar en Él. / Pero ¡Oh qué neciamente actúo / cuando tomado de improviso, / abandono mi confianza / Y todas mis preocupaciones llevo.” Y en todo tiempo el Salvador nos dice: No lleves ni un solo afán, Uno es mucho para ti. La obra es mía, sólo mía. Tu obra es: descansa en Mí.…
Meditación ” Pero a cada uno de nosotros, fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. ” (Efesios 4:7) Debemos recordar siempre que cada vez que el Señor nos manda hacer algo, nos da el poder necesario para llevarlo a cabo. Todos Sus mandamientos incluyen la capacidad para hacerlos, aun cuando estén dentro de lo imposible. Jetro dijo a Moisés: “Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte” (Ex. 18:23). J. O. Senders observó: “El principio es el siguiente: Dios asume toda la responsabilidad de capacitar a Su hombre para que cumpla con la tarea que le ha asignado”. En los días de Su ministerio el Señor Jesús se encontró con dos hombres paralíticos (Mt. 9:6; Jn. 5:9). En ambas ocasiones les dijo que se levantaran y se llevaran su camilla. Cuando ejercitaron la voluntad para obedecer, el poder fluyó en sus miembros inútiles. Pedro comprendió que si el Señor lo llamaba sobre las aguas, sin duda podría caminar sobre ellas. Tan pronto como Jesús le dijo: “Ven”, Pedro bajó de la barca, caminó sobre el agua y fue hacia Él. Es dudoso que el hombre con la mano seca pudiera extenderla; sin embargo, cuando nuestro Señor le dijo que lo hiciera, lo hizo y la mano le fue restaurada. La idea de alimentar cinco mil con unos cuantos panes y peces es una perfecta imposibilidad. Sin embargo, cuando Jesús dijo a los discípulos: “Dadles de comer”, la imposibilidad se desvaneció. Lázaro había estado en la tumba ya cuatro días cuando Jesús le llamó diciendo: “Lázaro, ven fuera”. El mandamiento fue acompañado del poder necesario y Lázaro salió. Debemos apropiarnos de esta verdad. Cuando Dios nos dirige, no debemos evadirnos con el pretexto de que no podemos hacerlo. Si el Señor nos ordena que hagamos algo, nos dará también el poder. Dios da lo que manda. Es una solemne verdad que: “La voluntad de Dios no te guiará adonde Su gracia no te sostenga”. También es verdad que cuando Dios encarga algo, lo paga. Si estamos seguros de Su dirección, no debemos preocuparnos por las finanzas. Él proveerá sin que tengamos que pedir a los demás. Si estamos seguros de Su dirección, las finanzas nunca serán un obstáculo. El Dios que abrió el Mar Rojo y el Jordán para que el pueblo pudiera pasar, es el mismo hoy en día. Cuando los Suyos le obedecen, Él quita toda imposibilidad. Él sigue quitando toda imposibilidad cuando los Suyos obedecen Su voluntad. Él sigue supliendo la gracia necesaria para hacer todo lo que manda. Él sigue produciendo en nosotros tanto el querer como el hacer, por Su buena voluntad.…
Continuando con la Lectura de Los Domingos y nuestro tema: “Las Maravillas del Evangelio”. Esta será la última de esta lectura. Es importante haber escuchado las lecturas anteriores para comprender de mejor forma el pensamiento expuesto en este tema. La primera verdad es que la salvación es enteramente de Dios . Hoy leeremos acerca de la segunda verdad acerca de la salvación La segunda verdad que se nos recuerda aquí con respecto a esta gran salvación es que es esencialmente sobrenatural y milagrosa . Aquellos que no son conscientes de ello o que se niegan a creer lo que ya hemos dicho, obviamente no comprenden tampoco este punto y en general suelen oponerse a él con violencia. Y, sin embargo, no hay nada que sea tan glorioso en todo el plan, nada que haya llevado de tal forma a los santos a cantar las alabanzas de Dios. No importa cómo lo miremos o desde qué ángulo; la maravilla y el prodigio de todo ello brilla cada vez más gloriosamente. La salvación que se nos ofrece en el evangelio, lejos de ser el resultado de los esfuerzos e intentos del hombre, lejos de ser un producto humano y terrenal, es esencialmente sobrenatural y divino. Considerémoslo de dos formas distintas: Considerémoslo en primer lugar desde la perspectiva de la forma en que se desarrolló. No hay nada tan claro como el elemento milagroso, sobrenatural. El propio nacimiento del precursor, Juan el Bautista, fue un milagro en sí mismo. Sobre una base humana era completamente imposible. El curso de la naturaleza fue variado aun en el caso del heraldo del evangelio. Pero en el caso de nuestro propio Señor, esto es aún más obvio. Su nacimiento fue un milagro. La sola alternativa es impensable. Simplemente no se puede explicar en términos humanos. Es único. Destaca en solitario. Consideremos luego su vida. Estos son los únicos comentarios posibles: «¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!». «Nunca hemos visto tal cosa». Y en lo referente a sus milagros, maravillas y grandes obras, simplemente proclaman que es el Hijo de Dios, tal como dijo repetidamente. Tenía poder sobre el viento y el mar, sobre toda clase de demonios y enfermedades y aun podía ordenar a los muertos que se levantaran de su tumba. Todas sus obras tienen la impronta de Dios y son sobrenaturales. Nunca se vio nada parecido. Pero lo más asombroso de todo fue su propia resurrección en la mañana del tercer día después de la crucifixión y de aquella muerte cruel. Luego las apariciones a los discípulos y la ascensión final al Cielo. Es el extremo opuesto del esfuerzo, la empresa y los logros humanos. Es excepcional. Es nuevo. Es milagroso. Es divino. Introduce un orden completamente nuevo. Rebasa todo lo que lo había precedido. Pero este aspecto milagroso y sobrenatural se puede ver de forma igualmente clara al considerar la manera como se relaciona con el hombre esta salvación que así había sido obrada en Cristo. Consideremos lo que sucedió en Jerusalén en el día de Pentecostés. ¿Se puede explicar lo que ocurrió a los Apóstoles en términos humanos? Se negaban constantemente a sí mismos y lo atribuían todo a Jesucristo. Y asombraban y sorprendían a las autoridades de Jerusalén, porque les dejaba perplejos que hombres «sin letras y del vulgo» como Pedro y Juan fueran tan valientes y capaces de hacer tan grandes obras. Se nos dice que «se maravillaban». Y ciertamente nos sorprende, porque nos basta con comparar y contrastar a estos hombres como los encontramos en Hechos y en sus propias Epístolas con lo que leemos de ellos en los Evangelios para ver de inmediato que son completa y absolutamente distintos. No es un proceso de crecimiento y desarrollo gradual. Son transformados repentinamente y se llenan de poder. No hay milagro físico tan destacable en el Nuevo Testamento como el cambio de estos hombres. No es el resultado de lo que habían hecho, sino de lo que Dios había hecho con ellos. Y al mirarse a sí mismos sienten que no pueden hacer otra cosa sino alabarle y seguir alabándole. ¿Habíamos comprendido que el evangelio es así? ¿Habíamos comprendido que ofrece una salvación superlativa, que significa que no solo somos perdonados y que se nos mostrará una nueva forma de vida que vivir, sino que por encima de todo eso, nos ofrece un nuevo nacimiento y una nueva naturaleza, una nueva vida en ti con todo su poder y que es la vida de Dios mismo? ¡Ay, qué miseria y pobreza la de aquellos que no ven que la salvación es sobrenatural e insisten agotadora e inútilmente en confiar en sus propios esfuerzos y en sus tentativas! No nos sorprende que nunca produzcan grandes himnos de alabanza. ¿Porque cómo puede uno cantar en semejante estado de cautiverio? ¿Cómo puede uno entonar un «aleluya» cuando afronta cara a cara una tarea imposible en un mundo imposible? ¡No!, antes de que podamos cantar debemos tener vida y poder, vigor y libertad, victoria y conquistas. Y eso es precisamente lo que se te ofrece en el evangelio. En palabras de Juan Calvino, «el Hijo de Dios se convirtió en Hijo del hombre a fin de que los hijos de los hombres pudieran convertirse en hijos de Dios». Es posible que tú hoy, como resultado, te conviertas no meramente en un hombre mejor sino en un hombre completamente nuevo. ¡Ay!, puede que admires la vida de Jesucristo y pienses que sus palabras y obras fueron maravillosas; puedes derramar lágrimas al pensar en él como el bebé que nació en aquel pesebre, o verle al final abandonado por todos y crucificado; puede que sientas un gran deseo de seguirle e imitarle a él y su vida; pero jamás sentirás toda tu alma y todo tu ser ofreciéndose a Dios en gratitud, asombro y adoración hasta que seas consciente del hecho de que murió por ti y hasta que hayas experimentado su vida y poder desbordando la tuya, cambiándola y transformándola, infundiendo poder en ella, convirtiendo tus derrotas en victorias y liberándote del poder del pecado. Y eso se te ofrece hoy en el evangelio de Jesucristo. Pero probablemente haya muchos que, cara a cara ante esto, se están diciendo a sí mismos como dijo María en la antigüedad: «¿Cómo será esto?», lo que nos recuerda el tercer principio, esto es, que la salvación, al ser de Dios es, por tanto, sobrenatural; el hombre no solo no puede conseguirlo, sino que tampoco puede entender completamente . Ciertamente podría haber ido más lejos y haber dicho de manera bastante categórica que esta gran salvación que nos ofrece Dios es intrínsecamente increíble para el hombre natural. Nuestros patrones de juicio son terrenales y humanos. Estamos acostumbrados a las cosas de la carne y de los sentidos. Nuestras categorías son limitadas y finitas. Nacemos en cierto orden de sucesos y en un mundo que cree incondicionalmente en sí mismo y en sus propias fuerzas. La salvación, tal como podemos verla en cada área de la vida, depende de la fuerza de voluntad, del coraje, la determinación y el trabajo duro. Es el realista quien tiene éxito, el hombre que, como decimos, «afronta los hechos» y no se hace ilusiones. Sorprende, pues, que al enfrentarnos a todo el plan de salvación del evangelio, preguntemos como María al principio: «¿Cómo será esto?». ¡Ay!, no solo es María, sino también el erudito Nicodemo quien, cuando nuestro Señor le habló acerca de nacer de nuevo, dijo precisamente lo mismo; también los griegos, que lo expresaban en términos más drásticos al decir que la predicación del evangelio era una locura. Sigue habiendo miles hoy día que afirman que no creerán nada a menos que lo entiendan y que inevitablemente no pueden entender el evangelio. ¿Porque quién puede entenderlo? ¿Quién puede entender el nacimiento virginal y la encarnación? ¿Quién puede entender los milagros y las tremendas obras? ¿Quién puede entender la cruz, la muerte y toda la cuestión de la expiación? ¿Quién puede sondear el poder y el misterio de la resurrección y la persona del Espíritu Santo? ¿Quién puede explicar el mecanismo del nuevo nacimiento y de la nueva vida con toda la promesa de un nuevo comienzo y de que todas las cosas son hechas nuevas? Es asombroso. Es pasmoso. Es muy distinto de todo lo que hemos conocido, pensado y sentido. «¿Cómo será esto?», «¿es verdaderamente posible?», «¿puede realmente suceder?». Esas son nuestras reacciones. Esos son nuestros sentimientos. Somos confrontados por algo que nuestras mentes no pueden asimilar, que ni tan siquiera los intelectuales pueden abarcar. Estamos cara a cara ante lo infinito y lo eterno. Y tenemos únicamente dos alternativas. Podemos o bien negarnos a creerlo porque no lo entendemos y rechazarlo porque no podemos explicarlo, o bien imitar el ejemplo de María, quien a pesar de no poder entenderlo ni verlo, cuando se le dijo que era de Dios y que para él no hay nada imposible se sometió y aceptó raudamente y con obediencia diciendo: «He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lucas 1:38). Esa es, pues, para ti la pregunta hoy día. No se pide que intentes entender estas cosas. Nadie puede. Simplemente se pide que las aceptes y te sometas a ellas. En primera instancia el evangelio no te pide que hagas nada. Ni siquiera se exige que lo comprendas. Una palabra más con respecto a este tema, porque ciertamente es la más gloriosa de todas. En nuestra secuencia lógica lo expresaríamos así: En vista del hecho de que la salvación es de Dios y, por tanto, sobrenatural (aunque no podemos entenderlo), nos ofrece una esperanza a todos . «Porque nada hay imposible para Dios». Es nuestra única esperanza. Es el único camino. Es el único evangelio, las únicas nuevas verdaderamente buenas. Es la única cosa que me capacita para presentarnos hoy en día y decir con confianza y seguridad. ¡El evangelio es el «poder de Dios para salvación» (Romanos 1:16) y no meramente una indicación de cómo pueden salvarse los hombres y mujeres a sí mismos! Es la obra de Dios; y debido a que es su obra, es posible para todos y puede ser ofrecida a todos. De ser la salvación algo humano y natural sería imposible para todos, sí, aun para los que hablan de ella en esos términos. ¡Porque una cosa es hablar y otra muy distinta vivir y actuar! Está muy bien utilizar frases idealistas, hablar hermosamente del amor, considerar exaltados patrones éticos y hablar a la ligera de la aplicación de los principios del evangelio a los problemas de la vida. Pero la pregunta es: ¿Pueden aplicarse? ¿Los aplican en sus vidas aquellos que así hablan? ¿Pueden hacerlo? ¿Y puede «aplicarse» al mundo toda esta enseñanza? Consideremos el mundo en la actualidad a pesar de toda su enseñanza. ¿Y qué ofrece esa enseñanza a los fracasados, a los quebrantados y tullidos en la vida, a aquellos que han perdido su carácter así como su fuerza de voluntad? ¡Oh!, gracias a Dios porque la salvación nos la da él, porque todos podemos recibir ese don, tanto los más débiles como los más fuertes. Hay literalmente esperanza para todos. «¿Cómo será esto?», preguntó María. «Nada hay imposible para Dios», fue la respuesta. Y a su debido tiempo nació Jesucristo en Belén. Lo imposible sucedió. ¡Y, oh!, ¡en miles de casos eso se repitió durante su ministerio terrenal! ¿Cuáles son las situaciones que le llevaban el pueblo y los discípulos? ¡Ay!, siempre los más desesperados, siempre los que habían abrumado y derrotado a todos los demás y acabado con sus fuerzas: los ciegos de nacimiento, los sordos, los paralíticos; sí, hasta los muertos. Los desesperados de los desesperados, los más impotentes de los impotentes. ¿Puede hacer Jesús algo por ellos? «¿Cómo puede hacerse esto?». ¿Puede realmente suceder? «Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio» (Mateo 11:4–5). Sí, sucedió. Su poder no tenía límites. El caso más desesperado no era más difícil que cualquier otro, porque «nada hay imposible para Dios». ¿Es así? ¿Es verdaderamente cierto? ¡Sin duda debe de haber un error! Porque una tarde se le ve colgando en la cruz completamente impotente, y con las personas en las inmediaciones diciendo: «A otros salvó, sálvese a sí mismo» (Lucas 23:35). ¡Tan poderoso en vida y aparentemente vencido por la muerte! ¿«Nada hay imposible»? ¡Y él ahí muriendo, sí, muerto y sepultado en un sepulcro! ¡Pero espera! Sueltos los dolores de la muerte, se levanta del sepulcro. Ni siquiera la muerte pudo retenerle. Venció a todo; sí, nuevamente afirmo: «Nada hay imposible para Dios». «¿Pero cómo nos afecta eso a nosotros?», pregunta alguien. Bien, te decimos lo siguiente, que cualquiera que sea tu problema, por grande que sea tu necesidad, sigue siendo válido para todo el que pide. El evangelio solo te pide que permitas a Dios que te perdone, que te limpie, que te llene de una nueva vida creyendo que envió a su Hijo unigénito al mundo para vivir, morir y resucitar a fin de hacer posible todo eso. «¿Cómo puede hacerse esto?». « Nada hay imposible para Dios ».…
Meditación. ” Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron. ” (Mateo 13:3.7) Podemos escuchar un sermón y asentir a todas y cada una de sus palabras, y aun así no sacarle provecho, debido a la absorbente influencia de este mundo. Nuestros corazones, al igual que la parte del terreno “entre espinos”, pueden ser ahogados por una exuberante vegetación de preocupaciones, placeres y planes mundanos. Quizá nos guste de veras el Evangelio y deseemos obedecerlo y, sin embargo, es posible que, insensatamente, no le demos ninguna oportunidad de dar fruto, al permitir que otras cosas pasen a formar parte de nuestros gustos, y que terminen acaparando todo nuestro corazón. ¡Desgraciadamente, son muchos los que escuchan así! Conocen bien la Verdad, y esperan ser cristianos decididos un día, pero nunca llegan a dejarlo todo por Cristo. No se deciden nunca a buscar “primeramente el reino de Dios” y, por consiguiente, mueren en sus pecados. Estas cosas se deben meditar con cuidado. No debemos olvidar nunca que existe más de una forma de escuchar la Palabra sin sacarle provecho. No basta con ir a escucharla: puede que vayamos pero que no le prestemos atención. No basta no ser de los que la escuchan sin prestarle atención: puede que nuestro aprendizaje solo sea transitorio, y que perezca fácilmente. No basta que nuestro aprendizaje no sea meramente transitorio, pues puede que nunca tenga ningún resultado, como consecuencia de nuestra obstinación de aferrarnos al mundo. Ciertamente “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). ¿Cuáles fueron estos espinos que ahogaron, sofocaron, la Palabra? En Lucas 8:14, se nos dice que son de tres clases: preocupaciones, placeres y riquezas. Mateo menciona dos (v. 22): El afán de este siglo; es decir, las preocupaciones mundanas. La preocupación por el mundo venidero favorece el brotar y el crecer de esta semilla, pero la del mundo presente sólo sirve para ahogarla. Con gran propiedad comparó el Señor los afanes de este mundo con los espinos, puesto que punzan y tienen en vilo a la mente, arañan y lastiman con sus desengaños, y enredan y atan con los lazos de perversas conexiones, hasta que se cauteriza la conciencia (1 Ti. 4:2), y se vuelve insensible a las influencias de la gracia. Estos espinos ahogan la Palabra de Dios, pues las preocupaciones mundanas son un gran estorbo para el aprovechamiento de la Palabra de Dios y el consiguiente crecimiento espiritual Oigamos el admirable comentario del gran Crisóstomo: «No dijo el Señor: “el siglo”, sino “el afán del siglo”; ni “la riqueza”, sino “ el engaño de la riqueza”.…
Meditación ” Jesús dijo: de cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna. ” (Marcos 10:29-30) La más grande de todas las inversiones es la de la propia vida por la causa de Jesucristo. Las consideraciones más importantes en cualquier inversión son la seguridad del capital y el porcentaje de ganancia. Visto desde este ángulo, ninguna inversión se puede comparar con la vida que se vive para Dios. El capital está absolutamente seguro porque Él es poderoso para guardar nuestro depósito para aquel día (2 Ti. 1:12). En lo que toca a las ganancias, éstas sobrecogen la mente por su inmensidad. En el pasaje de este día, el Señor Jesús promete reembolsar cien veces más. Esto equivale a una tasa de interés del 10.000 %, algo inaudito en el mundo. ¡Y eso no es todo! A los que han abandonado las comodidades de un hogar para servir al Señor Jesucristo se les promete el calor y las comodidades de muchos hogares, donde se les mostrará la bondad de Dios por causa de Jesús. A aquellos que renuncian a los deleites del matrimonio y a una familia o que rompen otros tiernos lazos terrenales por causa del evangelio, se les promete una familia mundial, muchos de los cuales en verdad vienen a ser más cercanos que los parientes de sangre. A quienes abandonan tierras se les prometen tierras. Dejan atrás el privilegio de poseer unas cuantas hectáreas de propiedad, obtendrán el privilegio inmensamente más grande de reclamar países y aun continentes en el precioso Nombre de Jesús. Se les prometen también persecuciones. De entrada, ésta parece ser una nota agria en medio de una armoniosa sinfonía. Pero Jesús incluye las persecuciones como una ganancia positiva sobre nuestra inversión. Compartir el vituperio de Cristo es un tesoro más grande que todas las riquezas de Egipto (He. 11:26). Estos son los dividendos en esta vida. Luego el Señor añade: “...y en el siglo venidero, la vida eterna”. Esto nos hace esperar la vida eterna en su plenitud. Aunque la vida eterna en sí es un don recibido por la fe, habrá diferentes capacidades para disfrutarla. Aquellos que lo han dejado todo para seguir a Jesús tendrán un grado mayor de recompensa en la Ciudad Cuadrangular. Cuando consideramos las ganancias trascendentes de una vida invertida para Dios, es extraño que la mayoría de la gente no participe. Los inversores pueden ser muy astutos cuando se trata de acciones y bonos, pero extrañamente torpes cuando se trata de la mejor inversión de todas.…
Meditación. ” Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. ” (Hebreos 10:17) Una de las verdades contenidas en la Escritura que más satisfacen al alma es la disposición de Dios para olvidar todos los pecados que han sido cubiertos por la sangre de Cristo. Nos llenamos de asombro cuando leemos: “Cuanto está lejos el Oriente del Occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Sal. 103:12). Es una maravilla que podamos decir con Isaías: “Echaste tras tus espaldas todos mis pecados” (Is. 38:17). Todo nuestro ser se sobrecoge cuando escuchamos al Señor que nos dice: “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados” (Is. 44:22). Pero es aún más maravilloso leer: “perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jer. 31:34). Cuando confesamos nuestros pecados, Dios no solamente nos perdona, sino que también los olvida instantáneamente. No es exagerado decir que el Salvador sepulta inmediatamente nuestros pecados en el mar de Su olvido. Esto se ilustra bien con la experiencia de un creyente que tenía un reñido combate contra un pecado que lo dominaba. En un momento de debilidad, se rindió a la tentación. Apresurándose a entrar en la presencia del Señor, dejó escapar estas palabras: “Señor, lo he hecho una vez más”. Enseguida imaginó que el Señor le decía, “¿Qué es lo que has hecho una vez más?” El asunto es que en una fracción de segundo, después de la confesión, Dios ya lo había olvidado. Es toda una paradoja cautivadora que el Dios omnisciente pueda olvidar. Por una parte, nada escapa a Su conocimiento. Cuenta las estrellas y las nombra, enumera nuestras caídas y lágrimas. Determina cuándo un gorrión cae a tierra, y sabe cuántos son los cabellos de nuestra cabeza. Y a pesar de todo, olvida aquellos pecados que se confiesan y abandonan. David Seamands decía: “yo no sé cómo la omnisciencia divina puede olvidar, pero sé que lo hace”. ¡Un detalle más! Se ha dicho bien que cuando Dios perdona y olvida, coloca un letrero que dice: “Coto de Pesca”. Me está prohibido pescar mis propios pecados pasados o los pecados de otros que Dios ya ha olvidado. En este respecto debemos tener una pobre memoria y una buena capacidad para olvidar.…
Meditación ” ...no ignoramos sus maquinaciones. ” (2 Corintios 2:11) Es importante conocer las maquinaciones de nuestro enemigo, el diablo . De otro modo, le será más fácil ganar ventaja sobre nosotros. Es mentiroso , y lo ha sido desde el principio. De hecho, es el padre de la mentira (Jn. 8:44). Le mintió a Eva desvirtuando las palabras de Dios, y lo ha estado haciendo desde entonces. Además, es engañador (Ap. 20:10). Su táctica consiste en mezclar un poco de verdad con el error. Imita y falsifica lo que es de Dios. Se hace pasar como ángel de luz y envía a sus mensajeros como ministros de justicia (2 Co. 11:14-15). Engaña usando grandes señales y prodigios mentirosos (2 Ts. 2:9) y corrompe el entendimiento de la gente (2 Co. 11:3). Satanás es un asesino destructor (Jn. 8:44; 10:10). Su meta y la meta de todos sus demonios es destruir. No hay excepción a esta afirmación. Como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar (1 P. 5:8), persigue al pueblo de Dios (Ap. 2:10) y destruye a sus propios esclavos por medio de las drogas, el ocultismo, el alcohol, la inmoralidad y vicios por el estilo. Es el acusador de los hermanos (Ap. 12:10). La palabra “diablo” (gr. diábolos) significa acusador o calumniador, y como su nombre lo indica, así es él. Todos aquellos que calumnian a los hermanos están haciendo la obra del diablo. Siembra desaliento. Pablo advirtió a los corintios que de no perdonar al pecador arrepentido, Satanás obtendría una ventaja hundiéndolo en el desánimo extremo (2 Co. 2:7-11). Así como Satanás, hablando a través de Pedro, buscó disuadir a Jesús para que no fuera a la Cruz (Mr. 8:31-33), así desanima a los cristianos para que se eviten la vergüenza y el sufrimiento de llevar la cruz. Un truco favorito del maligno es: “divide y vencerás”. Busca sembrar disensión y discordia entre los santos, sabiendo que “una casa dividida contra sí misma no puede permanecer”. Triste es decirlo pero su estrategia ha tenido mucho éxito. Ciega las mentes de los incrédulos para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo y no sean salvos (2 Co. 4:4). Les ofusca con diversiones y pasatiempos, falsas religiones, dilaciones y orgullo. Les mantiene ocupados con sus propios sentimientos sin hacer caso de los hechos; les hace poner los ojos en ellos mismos y no en Cristo. Por último, Satanás ataca expresamente a los creyentes después de conseguir grandes victorias espirituales o experimentar profundamente el poder de Dios. Es en tales circunstancias que el peligro del orgullo está presente y es más grande. Busca un punto débil en nuestra armadura, y dispara exactamente ahí. La mejor defensa contra el diablo es vivir con el Señor en comunión continua, clara y despejada, cubiertos de las vestiduras protectoras de un carácter santo.…
Meditación ” El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro ” (Juan 20:1) En los primeros 10 versos de capítulo 20 de este Evangelio, se nos enseña que quienes aman más a Cristo son aquellos que más beneficios han recibido de Él. La primera persona que de entre los que acudieron al sepulcro de Cristo es María Magdalena. Solo se nos dice de ella que era alguien de quien nuestro Señor había echado a “siete demonios” (Marcos 16:9; Lucas 8:2) —alguien sometido a una forma concreta de posesión por Satanás— y cuya gratitud a nuestro Señor por su liberación no conocía límites. En resumen, de todos los seguidores que tuvo nuestro Señor en la Tierra, parece que ninguno le amó tanto como María Magdalena; ninguno se sentía tan en deuda con Él; ninguno sintió con tal intensidad que jamás se podía hacer lo suficiente por Él. De ahí que el obispo Andrews lo exprese con esta belleza: “Fue la última ante su Cruz y la primera en su sepulcro. Se quedó el tiempo más prolongado en aquella y fue la primera en estar en esta. Le buscó cuando aun era de noche, antes de tener luz siquiera para encontrarle”. En pocas palabras, al haber recibido mucho, amaba mucho; y al amar mucho, hizo mucho a fin de demostrar la veracidad de su amor. Ante esto, nos preguntamos, ¿Cómo es que hay tantos que profesan ser cristianos y hacen tan poco por el Salvador cuyo nombre ostentan? ¿Cómo es que hay tantos cuya fe y cuya gracia sería inhumano negar y que hacen tan poco, dan tan poco, dicen tan poco y se esfuerzan tan poco para promover la causa de Cristo y glorificarle en el mundo? Estas preguntas solo se pueden responder de una forma: todo se debe a una escasa conciencia de la deuda con Cristo. Cuando no se siente el pecado en absoluto, no se hace nada; y cuando el pecado se siente poco, se hace poco. Quien es profundamente consciente de su culpa y de su corrupción, y está profundamente convencido de que sin la sangre y la intercesión de Cristo merecería hundirse en lo más profundo del Infierno, será quien gaste y se gaste por Él y piense que nunca podrá hacer lo suficiente para alabarle. Oremos a diario para que seamos capaces de ver la gravedad del pecado y la asombrosa gracia de Cristo de manera más clara e inequívoca. Será entonces, y solo entonces, cuando dejemos de ser templados y perezosos en nuestra obra por Jesús. Será entonces, y solo entonces, cuando entendamos un celo tan ardiente como el de María y comprendamos a lo que se refería Pablo cuando dijo: “ El amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos ” (2 Corintios 5:14–15).…
Meditación. ” Porque cuales su pensamiento en su corazón, tal es él. ” (Proverbios 23:7) A. P. Gibbs acostumbraba a decir: “No eres lo que piensas que eres, sino lo que piensas, eso eres”. Esto significa que la mente es el manantial de donde fluye la conducta. Controla la fuente y controlarás lo que fluye de ella. Por lo tanto, lo fundamental es controlar los pensamientos. Por eso Salomón decía: “Por encima de todo, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Pr. 4:23). Aquí el corazón es sinónimo de la mente. Santiago nos recuerda que el pecado tiene su origen en la mente (Stg. 1:13-15). Si pensamos mucho tiempo en una cosa, terminaremos haciéndola. Siembra un pensamiento y cosecharás un acto. Siembra un acto y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás un carácter. Siembra un carácter y cosecharás un destino. El Señor Jesús enfatizó la importancia de los pensamientos, al equiparar el odio con el asesinato (Mt. 5:21-22) y la mirada codiciosa con el adulterio (Mt. 5:28). También enseñó que no es lo que el hombre come lo que le contamina, sino lo que piensa (Mr. 7:14-23) Somos responsables de lo que pensamos ya que tenemos el poder de controlarlo. Podemos pensar en situaciones lascivas y provocativas o en lo que es puro y es como Cristo. Cada uno de nosotros es como un rey. El imperio que gobernamos es nuestra vida pensante. Ese imperio tiene un tremendo potencial para el bien y para el mal. Nosotros somos los que determinamos cuál de los dos será. En lo que sigue se ofrece algunas sugerencias positivas que nos ayudarán en cuanto a lo que podemos hacer. Primero , pongamos este asunto a los pies del Señor en oración y digámosle: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10). Segundo , juzguemos todo cuanto pensamos considerando cómo aparece en la presencia de Cristo (2 Co. 10:5). Tercero , confesemos cada mal pensamiento de inmediato y desechémoslo (Pr. 28:13). Seguidamente , procuremos no tener nuestra mente vacía, en blanco. Llenémosla con pensamientos positivos y dignos (Fil. 4:8). Quinto, disciplinémonos acerca de lo que leemos, vemos y oímos. No se puede esperar tener pensamientos puros y útiles si descuidamos este punto. Finalmente , Cuando nuestra mente está en una situación neutral, muchas fantasías despreciables buscarán entrar. Por todo esto, mantengámonos ocupados para el Señor. www.radiograciaypaz.cl…
Lectura de los domingos. Continuando con la Lectura de Los Domingos y nuestro tema: “Las Maravillas del Evangelio”. Es importante haber escuchado la lectura anterior para comprender de mejor forma el pensamiento expuesto en este tema. Planteamos y consideramos la pregunta de por qué el evangelio produce ese efecto en todos los verdaderos cristianos. ¿Qué tiene esta gran salvación ofrecida a todos que empuja invariablemente al asombro, al amor y a la alabanza? La respuesta se indica en el texto que hemos elegido, *”Porque nada hay imposible para Dios .”* y que verdaderamente es la clave para entender todas las cosas maravillosas y magníficas que han sucedido como resultado de la venida del Hijo de Dios a este pecaminoso mundo temporal. Y al considerar todo esto veremos claramente por qué sucede que muchos que se denominan hoy en día a sí mismos cristianos, y cuyas vidas a menudo son irreprochables, fracasan en esta prueba crucial que hemos estado considerando. La primera verdad es que la salvación es enteramente de Dios . No hay nada que sea tan extraordinario, en relación con toda esta cuestión, es que la forma en que los hombres y las mujeres que se persuaden a sí mismos de que creen y aceptan el evangelio, al mismo tiempo que rechazan por completo esta obvia verdad. En todos los siglos, el hombre ha intentado atribuir al hombre lo que claramente es de Dios. Y la tendencia sigue siendo la misma en estos tiempos. La salvación se concibe en términos de lo que los hombres piensan y de lo que los hombres hacen. Es completamente asombroso advertir cómo las personas son capaces de hablar y escribir acerca de la salvación sin tan siquiera mencionar ningún tipo de actuación por parte de Dios. Todo el hincapié se hace en lo que debemos hacer y pensar. Jamás se ha alabado tanto el esfuerzo y el poder humanos y la organización humana. A Dios se le representa meramente como una meta o como alguien que observa y espera pasivamente y está dispuesto a recompensarnos por todos nuestros maravillosos logros y esfuerzos. Todo el concepto de la salvación es que se trata de algo que el hombre debe ganarse y elaborar por sí mismo a partir del estudio, la investigación y la búsqueda, así como viviendo a la altura de ciertos patrones específicos. El hombre es activo. Dios es pasivo. No solo se cree esto, sino lo que es más asombroso, se presume de ello y se considera muy superior a la vieja y correcta idea que adscribe la salvación plenamente a Dios. Y, sin embargo, en el momento en que uno comienza a estudiar la cuestión en la propia Biblia, no hay nada tan claro como el hecho de que la salvación es enteramente de Dios, y que lo que ha llevado a todos los santos a adorar, alabar y magnificar su nombre es precisamente eso mismo. Porque, después de todo, si la salvación es simplemente algo que nos ganamos, no hay incentivo alguno para alabar; si meramente obtenemos nuestro salario y lo que merecemos, es más bien irracional cantar el Magnificat y el Nunc Dimitis . ¡No!, solo se pueden explicar estas canciones inspiradas y todos los grandes himnos de todas las épocas sobre una hipótesis, y esta es la que aquí se alcanza, esto es, que la salvación es por entero resultado de algo hecho por Dios. La obra y la salvación pertenecen a nuestro Dios. «¿Cómo será esto?» , pregunta María cuando el ángel le comunica la promesa. «Es imposible», dice. Aquí está la respuesta: «Nada hay imposible para Dios»; como si el ángel se hubiera dirigido a ella diciendo: «¡Ay, María! Sigues pensando en los antiguos términos y a la vieja manera humana. Lo que te estoy anunciando es bastante diferente. Dios va a actuar ahora. Humanamente hablando estás en lo cierto, pero debes saber, que Dios va a a entrar en el mundo, Dios será manifestado en carne. ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra’». ¡No, no!, la historia de la salvación no es la historia de Dios esperando que hagamos algo, esperando que nos arrepintamos y volvamos a él y hagamos buenas obras; ni tampoco es simplemente la historia de Dios respondiendo a lo que hemos hecho y recompensándonos con el perdón. Todo eso sería maravilloso, pero no es lo que se ve en la historia que revela la Biblia. ¡Porque aquí no encontramos a un Dios pasivo, sino a un Dios activo; no a un Dios que está meramente dispuesto a recibirnos, sino a un Dios que de hecho sale en nuestra búsqueda; no a un Dios que puede ser persuadido por medio de nuestras vidas y acciones para que nos perdone, sino a un Dios cuyo amor es tan grande que no solo nos perdona, sino que nos persuade para que seamos perdonados; cuya misericordia es tan ilimitada que no solo está dispuesto a reconciliarse con nosotros, sino que nos trata de forma que podamos ser reconciliados con él! «Nada hay imposible para Dios». Es Dios quien lo hace todo. Esa es la historia de toda la Biblia. Examinémosla de principio a fin. No es tanto la historia de personas como la historia de los actos de Dios en relación con ellas. Fue él quien eligió a Abraham cuando aun era pagano. Fue él quien le hizo aquellas promesas y quien le abrió los ojos al glorioso futuro. Todo lo que hizo Abraham y todo lo que tenía que hacer era creer en él y obedecerle. Dios hizo el primer movimiento y luego continuó actuando. Observémosle al obrar en Isaac y Jacob y fundar la nación de Israel. ¿Hay alguien tan necio como para intentar decir que los hijos de Israel llegaron a ser lo que fueron debido a sus propios esfuerzos? ¿Llegaron a ese conocimiento como resultado de sus propios esfuerzos, su propia búsqueda e investigación y sus propias vidas santas? ¡Mira su historia! Sus hábitos y prácticas anteriores eran iguales a los de los pueblos que les rodeaban, si es que no eran peores. Lo único que hicieron fue pecar y apartarse de Dios. ¿Cómo fueron preservados? ¿Cómo se explica su historia? Solo puede haber una respuesta. Fue Dios. Fue tras ellos. Los alimentó y vistió. Los protegió y guió. Venció a sus enemigos y los rescató y restauró. Todo el conocimiento que tenían de él no fue el resultado de sus esfuerzos por encontrarle, sino de su revelación de sí mismo a ellos. Fue Dios quien dio la ley, fue Dios quien levantó e inspiró a los profetas. Todo el Antiguo Testamento no es sino la historia de los intentos de los israelitas de frustrar los propósitos de Dios y resistirse a su santa voluntad. Y si esto queda claro a partir del Antiguo Testamento, ¡cuánto más brilla en el Nuevo Testamento! Consideremos el capítulo 1 del evangelio según Lucas. ¿Quién habló a Zacarías y preparó a Juan el Bautista como precursor? ¿Cómo vino Jesucristo al mundo? ¿Cómo fue capaz de hablar como lo hizo y de llevar a cabo esos milagros? ¡Mira la historia! Considera los hechos y, por encima de todo, considera las respuestas de nuestro Señor a las preguntas. Todo es de Dios. ¡Vamos! Juan el Bautista no puede explicarse en simples términos humanos, y eso sin contar al propio Señor Jesucristo. Justo cuando este viejo mundo había alcanzado sus mayores cotas de pecado y decadencia, cuando todo parecía estar perdido, un ángel se apareció a Zacarías en el Templo y le habló. Y eso marca un punto de inflexión en toda la historia del mundo y de la raza humana. Ese fue el comienzo y fue Dios quien lo inauguró todo. Escuchemos las palabras de Jesucristo al repetir una y otra vez que el Padre le ha enviado y que todo lo que hace y dice no es sino resultado de la voluntad del Padre y del deseo del Padre. No hay nada más asombroso que la forma en que atribuye todo insistentemente a Dios. Fue Dios quien envió a su Hijo para que obrara la gran salvación. Fue Dios quien le mantuvo, fue Dios quien le resucitó de entre los muertos, fue Dios quien puso a todo el mundo bajo su cuidado y quien dio el don del Espíritu Santo. Aun la Iglesia es «la iglesia de Dios» y aquellos que son verdaderamente miembros de ella han sido tomados por el poder de Dios. Todo es de Dios. Por eso los santos han alabado y magnificado siempre su santo nombre. Muchos de ellos habían estado intentando alcanzar el Cielo. Habían construido sus escaleras peldaño a peldaño de buenos pensamientos y acciones nobles, esperanzas santas y buenas obras, pero el peldaño más alto seguía estando infinitamente lejos de la meta celestial. Habían hecho todo lo posible. Habían agotado todas sus energías. Caían a tierra desesperados. Y entonces repentinamente, como Jacob en la antigüedad, se volvieron conscientes del hecho de que la escalera estaba colgando ante ellos, no levantada desde la tierra sino suspendida del cielo, aguardándoles allí, levantada sin su conocimiento —la cruz de Cristo— y comenzaron a cantar: Como aquella grata visión de aquel santo Jacob una escalera al Cielo es la cruz del Salvador. ¡Sí!, « de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito » (Juan 3:16). ¡Sí! « Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). Comprender lo que eso significa, en la medida que podemos comprenderlo, es ser cristiano. Es también alabar a Dios con todo el ser. Porque piensa en ello: el Dios a quien había desafiado, el Dios al que había dejado de lado y desobedecido, ahora, ya reconciliado con Dios, puede adorarle y esperar que su Señor y Redentor venga a buscarle para llevarlo al Hogar del Padre celestial para morar allí y adorar a Dios por toda la eternidad. El camino de la salvación, el camino al Cielo, está abierto aún hoy día, mañana puede ser tarde y, maravilla de maravillas, Dios mostró su amor para con nosotros en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Sí, unámonos a Zacarías diciendo: «Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo». Hasta aquí la lectura del día de hoy. Continuaremos, Dios mediante, el siguiente domingo.…
*Meditación* *” Y les habló muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar, parte de la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves y se la comieron... Otra parte cayó en pedregales donde no tenía mucha tierra; y enseguida brotó porque no tenía profundidad de tierra; pero cuando salió el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. ”* (Mateo 13:3.6) Podemos escuchar un sermón con un corazón como la tierra dura de “junto al camino”: descuidado, irreflexivo y despreocupado. Puede que se nos muestre amorosamente a Cristo crucificado, y que oigamos hablar de sus sufrimientos con una indiferencia absoluta, como de un asunto que no nos interesa lo más mínimo. En cuanto las palabras llegan a nuestros oídos, el diablo puede arrebatarlas, y es posible, pues, que regresemos a nuestros hogares como si no hubiéramos escuchado un sermón en absoluto. ¡Desgraciadamente, son muchos los que escuchan así! Es tan cierto en ellos como lo fue en los ídolos de antaño, que “tienen ojos, y no ven; tienen orejas, y no oyen” (Salmo 135:16–17). La Verdad no parece afectarles más a sus corazones que el agua a una piedra. Qué clase de oyentes son comparados al terreno de junto al camino: Los que oyen el mensaje del reino, y no lo entienden (v. 19). No le prestan atención, y así no lo reciben, sino que la semilla resbala sobre la mente de ellos, como dice el refrán, «por un oído les entra, y les sale por el otro»; han venido por curiosidad, por rutina o por acompañar a otros, no con el propósito de sacar provecho; así que, al no atender, no les hace ninguna impresión la Palabra sembrada. Por qué no sacan ningún provecho de la predicación: Viene el Maligno, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Tales oyentes, distraídos, poco interesados en lo que oyen, son fácil presa de Satanás, el cual, así como es el gran homicida de las almas, es también el gran ladrón de los sermones. Si no quebrantamos ni siquiera la superficie del terreno en barbecho, y preparamos nuestro corazón para la Palabra, y no la cubrimos luego con la meditación y la oración; si no atendemos con interés a lo que se siembra, somos como el terreno de junto al camino. Podemos escuchar un sermón con agrado, y aun así puede que el efecto que produzca en nosotros sea transitorio y de muy corta duración. Nuestros corazones, al igual que los “pedregales”, tal vez den una gran cosecha de sentimientos agradables y buenos propósitos, pero es posible que durante todo ese tiempo no haya habido una obra bien arraigada en nuestras almas, y así, el primer viento helado de oposición o de tentación puede hacer que nuestra religión de apariencias se marchite y muera. ¡Desgraciadamente, son muchos los que escuchan así! Un mero disfrute de los sermones no es una señal de la presencia de la gracia. Hay miles de personas bautizadas que son como los judíos de la época de Ezequiel: “Tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra” (Ezequiel 33:32). Oremos con el salmista: " Señor , muéstrame tus caminos, y enséñame tus sendas. Guíame en tu verdad y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti espero todo el día Enséñame, oh Señor, el camino de tus estatutos, y lo guardaré hasta el fin." (Salmo 25:4-5; 139:33)…
Meditación ” El fruto del Espíritu es... benignidad. ” (Gálatas 5:22) Las versiones Dios Habla Hoy y Nueva Versión Internacional utilizan aquí la palabra “amabilidad”, pero en casi todas las versiones más precisas leemos “benignidad”. “El fruto del Espíritu es... benignidad”. El vocablo benignidad describe la disposición gentil, amable y bondadosa que resulta en hacer favores, mostrar misericordia y dispensar beneficios a los demás. La persona bondadosa es suave, no áspera; comprensiva, no indiferente; útil y comprometida, compasiva y caritativa. Hay una bondad natural que aun la gente del mundo posee y que se muestran unos a otros. Pero la benignidad que produce el Espíritu es sobrenatural. Es superior a cualquier cosa que el hombre es capaz de hacer por sí mismo. La benignidad capacita a un creyente para prestar sin esperar nada a cambio y ser hospitalario con aquellos que no pueden corresponderle. Le da poder interior para devolver todo insulto con una cortesía. Un estudiante de cierta universidad cristiana demostró esta benignidad sobrenatural con otro estudiante que era alcohólico. Este último había llegado a ser tan repugnante que sus compañeros de clase lo rechazaban hasta que finalmente la institución lo desahució. El cristiano tenía en su habitación una cama adicional así que invitó al borracho a que fuera a vivir con él. Durante muchas noches el creyente limpiaba el vómito de su compañero, lo desvestía, bañaba y le ponía en la cama. Esta fue una magnifica demostración de benignidad cristiana. Y —para completar la historia— valió la pena. En una ocasión, durante un tiempo de sobriedad aquel disoluto compañero le preguntó irritado: “¿Dime, por qué haces todo esto por mí? ¿Qué buscas?” El cristiano contestó: “Quiero tu alma”, y lo consiguió. Un día, cuando el Dr. Ironside limpiaba el sótano de su casa llamó a un judío, comerciante de chatarra, para que acarreara papeles, revistas, trapos viejos y desechos de metal. El Dr. Ironside deseaba obtener un buen precio por la chatarra, así que se dispuso a negociar con el comerciante, mas éste, como era de esperar, ganó. Cuando la última carga de cacharros estaba en su camioneta, el Dr. Ironside le llamó y bondadosamente le dijo: “Oh, olvidé algo. Quiero darle esto en el nombre del Señor Jesús”. Y le pasó una cantidad adicional. El comerciante de chatarra se fue, diciendo: “Nunca antes nadie me había dado algo en el nombre de Jesús”. “El fruto del Espíritu es... benignidad”.…
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