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”Y les habló muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar, parte de la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves y se la comieron... Otra parte cayó en pedregales donde no tenía mucha tierra; y enseguida

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*Meditación*

*”Y les habló muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar, parte de la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves y se la comieron... Otra parte cayó en pedregales donde no tenía mucha tierra; y enseguida brotó porque no tenía profundidad de tierra; pero cuando salió el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.”* (Mateo 13:3.6)

Podemos escuchar un sermón con un corazón como la tierra dura de “junto al camino”: descuidado, irreflexivo y despreocupado. Puede que se nos muestre amorosamente a Cristo crucificado, y que oigamos hablar de sus sufrimientos con una indiferencia absoluta, como de un asunto que no nos interesa lo más mínimo. En cuanto las palabras llegan a nuestros oídos, el diablo puede arrebatarlas, y es posible, pues, que regresemos a nuestros hogares como si no hubiéramos escuchado un sermón en absoluto. ¡Desgraciadamente, son muchos los que escuchan así! Es tan cierto en ellos como lo fue en los ídolos de antaño, que “tienen ojos, y no ven; tienen orejas, y no oyen” (Salmo 135:16–17). La Verdad no parece afectarles más a sus corazones que el agua a una piedra.

Qué clase de oyentes son comparados al terreno de junto al camino: Los que oyen el mensaje del reino, y no lo entienden (v. 19). No le prestan atención, y así no lo reciben, sino que la semilla resbala sobre la mente de ellos, como dice el refrán, «por un oído les entra, y les sale por el otro»; han venido por curiosidad, por rutina o por acompañar a otros, no con el propósito de sacar provecho; así que, al no atender, no les hace ninguna impresión la Palabra sembrada.

Por qué no sacan ningún provecho de la predicación: Viene el Maligno, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Tales oyentes, distraídos, poco interesados en lo que oyen, son fácil presa de Satanás, el cual, así como es el gran homicida de las almas, es también el gran ladrón de los sermones. Si no quebrantamos ni siquiera la superficie del terreno en barbecho, y preparamos nuestro corazón para la Palabra, y no la cubrimos luego con la meditación y la oración; si no atendemos con interés a lo que se siembra, somos como el terreno de junto al camino.

Podemos escuchar un sermón con agrado, y aun así puede que el efecto que produzca en nosotros sea transitorio y de muy corta duración. Nuestros corazones, al igual que los “pedregales”, tal vez den una gran cosecha de sentimientos agradables y buenos propósitos, pero es posible que durante todo ese tiempo no haya habido una obra bien arraigada en nuestras almas, y así, el primer viento helado de oposición o de tentación puede hacer que nuestra religión de apariencias se marchite y muera. ¡Desgraciadamente, son muchos los que escuchan así! Un mero disfrute de los sermones no es una señal de la presencia de la gracia. Hay miles de personas bautizadas que son como los judíos de la época de Ezequiel:

“Tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra” (Ezequiel 33:32).

Oremos con el salmista:

"Señor, muéstrame tus caminos,

y enséñame tus sendas.

Guíame en tu verdad y enséñame,

porque tú eres el Dios de mi salvación;

en ti espero todo el día

Enséñame, oh Señor, el camino de tus estatutos,

y lo guardaré hasta el fin."

(Salmo 25:4-5; 139:33)

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Podemos escuchar un sermón con un corazón como la tierra dura de “junto al camino”: descuidado, irreflexivo y despreocupado. Puede que se nos muestre amorosamente a Cristo crucificado, y que oigamos hablar de sus sufrimientos con una indiferencia absoluta, como de un asunto que no nos interesa lo más mínimo. En cuanto las palabras llegan a nuestros oídos, el diablo puede arrebatarlas, y es posible, pues, que regresemos a nuestros hogares como si no hubiéramos escuchado un sermón en absoluto. ¡Desgraciadamente, son muchos los que escuchan así! Es tan cierto en ellos como lo fue en los ídolos de antaño, que “tienen ojos, y no ven; tienen orejas, y no oyen” (Salmo 135:16–17). La Verdad no parece afectarles más a sus corazones que el agua a una piedra.

Qué clase de oyentes son comparados al terreno de junto al camino: Los que oyen el mensaje del reino, y no lo entienden (v. 19). No le prestan atención, y así no lo reciben, sino que la semilla resbala sobre la mente de ellos, como dice el refrán, «por un oído les entra, y les sale por el otro»; han venido por curiosidad, por rutina o por acompañar a otros, no con el propósito de sacar provecho; así que, al no atender, no les hace ninguna impresión la Palabra sembrada.

Por qué no sacan ningún provecho de la predicación: Viene el Maligno, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Tales oyentes, distraídos, poco interesados en lo que oyen, son fácil presa de Satanás, el cual, así como es el gran homicida de las almas, es también el gran ladrón de los sermones. Si no quebrantamos ni siquiera la superficie del terreno en barbecho, y preparamos nuestro corazón para la Palabra, y no la cubrimos luego con la meditación y la oración; si no atendemos con interés a lo que se siembra, somos como el terreno de junto al camino.

Podemos escuchar un sermón con agrado, y aun así puede que el efecto que produzca en nosotros sea transitorio y de muy corta duración. Nuestros corazones, al igual que los “pedregales”, tal vez den una gran cosecha de sentimientos agradables y buenos propósitos, pero es posible que durante todo ese tiempo no haya habido una obra bien arraigada en nuestras almas, y así, el primer viento helado de oposición o de tentación puede hacer que nuestra religión de apariencias se marchite y muera. ¡Desgraciadamente, son muchos los que escuchan así! Un mero disfrute de los sermones no es una señal de la presencia de la gracia. Hay miles de personas bautizadas que son como los judíos de la época de Ezequiel:

“Tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra” (Ezequiel 33:32).

Oremos con el salmista:

"Señor, muéstrame tus caminos,

y enséñame tus sendas.

Guíame en tu verdad y enséñame,

porque tú eres el Dios de mi salvación;

en ti espero todo el día

Enséñame, oh Señor, el camino de tus estatutos,

y lo guardaré hasta el fin."

(Salmo 25:4-5; 139:33)

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